“A nadie le faltan fuerzas; lo que a muchísimos les falta es voluntad”, Víctor Hugo.

Dicen que nada es difícil cuando existe voluntad. Éste es un poder del alma que potencia el pensamiento y la acción con base en la conciencia y la determinación. La importancia de la voluntad radica en la capacidad de controlar nuestras pasiones, de delimitar los impulsos propios determinados por el contexto exterior o en la de dominar las indicaciones del capricho.

De acuerdo a su origen morfológico, la palabra “voluntad” proviene del latín “voluntatis”, que quiere decir: querer. Querer actuar en función de nuestros objetivos, pero también con base a la reflexión y la decisión. Querer implica un propósito. Este estado tiene una culminación máxima: la manifestación fiel de la esencia del alma.

Lograr dirigir nuestras decisiones en función de lo que el alma requiere, es canalizar las energías de nuestro ser en función de los objetivos. Aunque no lo creamos, el ser humano tiene la capacidad nata de la voluntad aunque, como todo, hay que saber entrenarla. Evitar dejarnos llevar por las fuerzas exteriores y aprender a canalizar los impulsos de nuestro interior, es vital para desarrollar la voluntad.

Para ver brillar esta capacidad, la motivación es indispensable. Cualquier logro o cambio están determinados por la voluntad y deseo de realizarlo. Ser dueños de nuestras decisiones es no dejarnos llevar por los estímulos inmediatos o pasiones.

El dominio de nuestros pensamientos, de nuestras acciones e, incluso, de nuestra alma es uno de los desafíos más retadores, pero también más satisfactorios, pues se traducen en paz interior, realización y sabiduría. ¡Trabajemos en función de la voluntad y consigamos la consagración de nuestra vida!

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